sábado, 2 de agosto de 2008

La Expo... (II)

Vale... es cierto, he dejado pasar demasiado tiempo para escribir esta segunda parte, pero al menos hice volar la imaginación de Gorilo a un universo paralelo mucho más satisfactorio que el real. Para hacerlo más interesante, volveré a transfigurar el texto al formato Tarantino, al menos os entretendréis poniendo mentalmente las cosas en orden, porque fueron bastante aburridas (excelente compañía aparte) y aún me queda bastante que contar... al menos espero que el tiempo me haya hecho olvidar los detalles irrelevantes.

Sí, el sábado visitamos el pabellón de Alemania. Eran algo más de las 10 de la mañana. Nos habíamos presentado en el recinto de la Expo antes de las 8:30 (pero ¿existe esa hora los sábados?), previendo la afluencia masiva de un fin de semana de julio con un tiempo espléndido. La cola del torno 3, una vez más, fue la más lenta y perdimos algunas posiciones en la entrada, al estilo del R-28 de Fernando Alonso en las salidas... toca correr.

La comida no es demasiado cara ni demasiado mala. Es, simplemente, rápida. A pesar de la muchedumbre, no es imposible comer en media hora ni entrar sin esperar al baño si hay necesidad de ello. El kebab que comimos el viernes no estuvo nada mal, pero hoy nos hemos conformado con un triste bocata de tranchettes y una Coca-Cola de grifo en el vaso-de-plástico-Fluvi (1 euraco más por el recuerdo)... espero que nos venguemos en la cena, en La Republicana, que esas migas, esos huevos rotos con jamón -que no pedimos, pero me comí con los ojos camino de otra mesa- y la zarzuela de pinchos variados del jueves fueron para recordar...

Hemos descansado de la agotadora mañana del sábado tumbados en el césped artificial del pabellón de Turquía. La azafata hace la ronda cual guardián de Prison Break, indicando a los visitantes que el césped es para acomodarse a ver el vídeo, y no para echarse la siesta (ésos chavales que roncaban, boca abajo, llamaban demasiado la atención en todo el medio del pabellón). Buscando Mesopotamia entre el Tigris y el Éufrates del mapa de la pared, escuchamos la coronación de Sastre en la última contrarreloj del Tour. Se lo ha currado. Pero va a ser mejor cambiar de sitio para descansar, volvamos a la zona Latina, quizá haya alguna actuación con poco público.

El espectáculo del iceberg ha sido un asco. Cerca de una hora para ver la representación de un manifiesto anti-humanidad, con lo fácil que hubiera sido explicar lo mismo en un videoclip de 2 minutos... y a una pequeña fracción de su coste. Además, en los prolegómenos me entero de que quizá tenga que renunciar a mi próximo finde de escapada en Benidorm. Estoy que exploto. Como el ojo de la cabeza robótica en la performance del iceberg. Qué horror. A ver si nos tomamos algo para cenar, y nos vamos la residencia, que mañana sábado el día será agotador.

Acabamos de superar "la primera curva" desde el semaforazo. Almudena y Miguel corren a la cola de Alemania. Entretanto, yo cojo sitio para intentar acceder al pase rápido del pabellón Agua Extrema, dicen que recrea con fidelidad un tsunami y es de lo poco que sobresale del resto de la Expo. A pesar de las carreras, apenas consigo plaza para las 18:30. Al menos no pasaremos el resto del día corriendo a por más pases rápidos, sólo se permite uno por visitante hasta haberlo consumido. Si Miguel no nos empuja a visitar todos los pabellones posibles y, a pesar de la afluencia masiva, podemos esperar un día razonablemente tranquilo...

Miguelito llega corriendo al pabellón de Agua Extrema. Nos hacen entrar a un recinto con pantallas LCD (como todos los de la Expo, vaya) y nos cuentan cuatro milongas mientras hacen tiempo para echar a los del pase anterior de la sala tsunami. Nos sueltan un rollo castrista y antiamericano y nos previenen del peligro de la atracción. Agua de borrajas. El pretendido tsunami es una peli de 6 minutos, proyectada en una sala con unas 50 butacas que se agitan levemente, y que escupen agua pulverizada a la cara del espectador, bajo unos ventiladores más o menos potentes, que sólo consiguen volarte la capucha del impermeable de plástico que te dan en la puerta. Qué decepción más grande. Quizá si proyectasen Twister sería otra cosa, pero ese documental absurdo... en fin...

El funicular, telecabina, teleférico u OVI, ese maravilloso invento. Qué mal provecho se hace de él en esta Expo. Apenas 500 metros por los aires, te deja cerca de la estación de Delicias, pero lejos del Pilar. Y tampoco sube mucho más de 20 ó 30 metros del suelo. Nada excitante, porque además te hacen compartirlo con extraños hasta sumar 6 ó 7 viajeros. Al menos nos ha alejado del horrible concierto que tenía lugar en el recinto destinado a ellos, junto al Ebro. Además, la cerveza alemana de barril que nos acabamos de pimplar en la puerta de su pabellón de origen entró como el agua, y me ha hecho olvidar mi habitual vértigo y soltar la lengua que es un primor, hasta el punto de que la pareja que compartía con nosotros la cabina decide darse otra vuelta hacia adentro de la Expo, a ver si esta vez "sienten algo más".

Nos alojamos en una recién construída residencia que creíamos de estudiantes, pero resulta ser de ancianos. La abren a su público después de la Expo, pero ya está totalmente equipada. Enorme experiencia la de la accesibilidad total para un vagazo como yo. Las camas, forradas en plástico antimeadas, son cómodas a más no poder. Qué bien voy a descansar, pienso, aunque mientras duermo descubro que Miguel sabe imitar muy bien el sonido de un T-Rex hambriento cuando se suena los mocos en el baño.

Echamos la mañana del sábado visitando millones de pabellones insustanciales, sólo en Austria nos entretenemos con un tirolés cantarín y dos bailarines de vals (¿"valseros"?) que sacan a bailar a sendos espectadores (qué guapas están las jóvenes disfrazadas de folklóricas de allá). Y en Marruecos, con una enorme referencia visual a Al-Andalus, casi parece que se apropian del terreno delante de todo el mundo. Especial referencia a la sosería para Eslovaquia. Cuatro -preciosas- fotos mal puestas se iluminaban al son de la música (todas menos una, que no lucía). "Que esto no es un Powerpoint recibido sin querer, leches, que la gente viene de lejos a ver algo de tu país!!!" deberían decirle al que lo ideó. Eso por no decir que lo ejecuten al alba.

Son casi las seis de la tarde del sábado, y nos disponemos a salir hacia el pabellón de Agua Extrema. Hemos dejado a Miguelito de expedición internacional mientras descansamos en la inclinada grada de madera de América Latina. Pero, vaya, justo ahora empieza una actuación y no se puede uno escapar sin ser pasto de las bromas del redicho artista, lo comprobamos en carnes ajenas, y luego en las de Almudena. Salimos casi corriendo a las 18.25, cuando aún resuena por allí el último chiste en forma de canción. Qué malos eran...

El pabellón de Alemania es como una atracción de feria. Entramos y nos acomodan en una balsa con dos asientos, recostados convenientemente para mirar al techo durante un corto recorrido, de unos 3 minutos, por un lago del terror acuático. Sinceramente, no recuerdo NADA de lo que allí vi, sólo lo de descansar en la balsa. Y que al final del recorrido, nos dejaban beber cuanta agua recliclada quisiéramos de una fuente allí instalada. ¿Y por esto se pegaba ayer la gente 2 horas de cola? Estoy por contárselo a los que esperan hoy... pero no, se lo merecen, por ponerse a la cola.

Si después de leer todo esto os habéis enterado de lo que es la Expo pero aún pensáis en ir a verla, revisad esta página. Pero no digáis que no os avisé. Y por cierto, la cena del sábado, lo mejor del día.

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