sábado, 28 de noviembre de 2009

Where the streets have no name

Demostrar la estupidez de algunos políticos es en ocasiones obscenamente sencillo. Una simple tarea como darle un nombre a una calle da lugar a no pocos esperpentos que producen indiferencia en el cartero, resignación en el residente y el inevitable juramento que dejará al ilustrado más cerca del infierno.

Hay casos supuestamente admisibles que en realidad no lo son. Cervantes sin duda merece nuestro mayor reconocimiento, ¿pero hace falta dedicarle una calle en c-a-d-a pueblo de España? Cervantes es chachi piruli, pero no 3.000 veces más chachi piruli que, digamos, José de Cadalso. Por cada párrafo que escribió Cervantes le han puesto una calle (sin contar las dedicadas, por centenares, a Sancho Panza, Quijote, Dulcinea, Rocinante y, en menor medida, a Rucio, claro que esta última, es de nota). Menos mal que no tuvo que inaugurarlas en vida.

No podemos decir que no intentan las aproximaciones intelectuales. Lo intentan. En el mundo de las ciencias destacan Fleming y Ramón y Cajal, con el 95% de las calles dedicadas al gremio, seguidos muy de lejos por Einstein (4%) y peleándose por el 1% restante una manada de Premios Nobel de los que copan los primeros resultados de una búsqueda en Google.

Cuando la cosa se pone fea, como por ejemplo, al abrir un área con multitud de calles, hay que tirar de repertorio. Los elegidos son de sobra conocidos: Provincias, ríos (Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Ebro, Miño y Sil principalmente, todo el mundo se acuerda del Sil, no sé por qué), países, ciudades del mundo, etc. Además, como ocurre que hay calles principales y otras secundarias, dan mucho juego, porque puedes poner el nombre de la región, o de un país importante a la calle más grande. Por ejemplo, la avenida de Andalucía estará rodeada de calles con los nombres de las provincias andaluzas. Otro ejemplo, para la avenida principal, Brasil, y para las calles más mierdosas, Chile, Ecuador, Paraguay, Venezuela, y así, hasta que se acaben las calles. Si uno no se acuerda de más países, se pone un Buenos Aires y en paz.

- Jefe, falta otra calle ¿qué ponemos?
- ¡Yo qué sé! Mira por ahí… a ver, Milán, que sale hoy en el Marca, también es una ciudad ¿no? ¿o es sólo un equipo de fútbol?
- Creo que también es una ciudad
- Averígualo, y si es, lo pones y se acabó
- Creo que no está en Asia, como las otras
- ¿Y quién lo va a notar?

También resultan patéticos los barrios dedicados a pájaros y árboles, siempre con los ejemplos más triviales ¡ay! Sin embargo, son pocos los barrios dedicados a las montañas, ya que Aneto, Teide, Mulhacén e Himalaya dan poco juego, y corres el riesgo de poner una hache donde no es o un Nilo donde no debes.

Hay un polígono en Las Rozas cuyas calles tienen nombres… de números romanos. Hay que joderse, no sabes si leer uve o cinco. Pon en el navegador “I”, y te responderá “escriba las tres primeras letras”, y ¡hala!, a preguntar por la calle “i” o “1” o lo que sea. Siguiendo con el rollo clásico, habría quedado mejor poner nombres de personajes relevantes del Imperio Romano, claro que es más fácil poner i, ii, iii, en excel y tirar para abajo.

Estoy convencido de que en España, y en toda su Historia, hay tanta gente que merece una calle que llegaríamos hasta Varsovia, sin necesidad de repetir una calle, ¿no crees?

¿Más ejemplos para llorar?

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